Mi sombra era más hermosa que yo. Todo en ella era perfecto: el cabello encaracolado, la silueta firme y delgada, su contorno sobre la rugosidad del empedrado. Era capaz de deslizarse en los días de viento como si fuese una nube, conseguía volar entre la agonía de la ciudad sin perder la compostura, era indemne a todo y a todos. Mi sombra era fuerte y segura, no tenía defectos ni conocía el miedo. Caminaba junto a mí con la cabeza erguida, consciente de ser única y distinta; al contrario de mí. Por eso, un día tuve que matarme.
martes, 25 de octubre de 2011
Egocidio
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